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Kerry Blue Terrier de La Cadiera. Mª Sol con la camada 2D de DinaKerry Blue Terrier de La Cadiera. Emilio con Dina y Duke

De cómo conocí a los Kerry Blue Terrier

Por : Mª Sol García

Llegaron a nuestras vidas en el momento oportuno.
 
   Desde mi infancia, en casa siempre hemos tenido un perro formando parte de nuestra familia. De pequeña, eran como mis hermanos, compañeros inseparables de juegos y cuidadores. Después se convirtieron en mis confidentes y más tarde han sido mis más fieles e incondicionales amigos. Hemos  tenido pastores alemanes y belgas, y alguno también adoptado, de raza indefinida. Cada vez que perdíamos uno de ellos, me ha costado una enfermedad, pero todo se pasaba cuando llegaba a casa el siguiente.
 
   Sin embargo esta vez superaba todo lo anterior, hasta el  punto de decir nunca más!!!  Se nos fue Athos, mi precioso Rottweiler al que había entrenado con tanto cariño y con el que había ganado varios premios en competiciones. Sólo tenía cuatro años y nos dejó repentinamente.
 
   Durante quince días pensé que éste era  realmente insustituible y, por tanto, también sería el último de mi particular serie.
Pero encontraba la casa vacía y se me venía encima cada vez  que entraba en ella, especialmente cuando volvía por las noches. Entonces me convertí en una fanática de internet, en monotema canino. No buscaba nada en concreto, pero me consolaba ver fotografías de perros, conocer sus historias, aprender sobre razas que hasta entonces desconocía. Realmente pasaba horas leyendo sobre ellos. Y no por casualidad, sino por tenacidad e insistencia, di con la web de "La Cadiera".
 
   No había oído nunca hablar de los Kerry- reconozco y lamento mi ignorancia- y no podía creer las bondades que habían escrito sobre esta raza y sus características increíbles. Leí tantas veces los textos que algunos los llegué a aprender de memoria. Imprimí varios de ellos y los dejé como por descuido sobre la mesa, junto con otras revistas y papeles.
 
   Al día siguiente, Emilio me preguntó: ¿has visto los artículos de los Kerries? ¿Cuál de ellos y qué parte, párrafo o línea quieres que te recite…? – contesté.  Decidimos que iríamos a conocerlos, y así, ese mismo fin de semana, nos fuimos a Ávila.
 
  Desde que llegamos, Maribel y Miguel Ángel nos abrieron las puertas de su casa y de su corazón. Y que decir de sus maravillosos Kerry: tan magníficos, tan cariñosos, tan suaves, tan dulces, … parecía que eran mis mejores amigos, como si me conocieran de siempre (son unos magníficos anfitriones). Me besaban y se dejaban acariciar incansablemente. En definitiva, quedamos fascinados y deseosos de hacernos con uno de aquellos estupendos ejemplares rápidamente. Ya no podíamos esperar.
 
   Afortunadamente para nosotros, Maribel y Miguel Ángel no tienen alma de vendedores. Ellos son criadores porque aman a sus perros y han decidido que formen parte de su vida y también de su familia.  Por eso, aunque en aquel momento no tenían ningún Kerry disponible,  nos dijeron donde localizar un cachorro de dos meses. Sólo una semana después, teníamos nuestro primer Kerry en casa. Tres meses después llegó el segundo: una maravillosa hembrita.  Ahora tienen casi cuatro años y me resulta imposible hablar de ellos sin alabarlos. Los comparo constantemente con otras razas que conozco bien y siempre los superan en casi todo. Claro que a cada dueño, sus perros les parecen los mejores. Pero éstos están hechos de otra pasta, son tan especiales, tan sensibles, tan entrañables,  tan divertidos, que con palabras no  puedo expresar las emociones y los sentimientos que me provocan. Son sencillamente MIS KERRIES.
 
De "Duke y Dina"
 
Son las 6 de la mañana. Como cada día a esa hora, Dina se me sube encima y me da con la pata, buscando, hasta que consigue hacerse con mi mano o mi cara para darme un par de lametones de buenos días.  ¿Tiene un despertador dentro…? –me pregunto intrigada por su pertinaz y curiosa regularidad. Permanezco quieta, haciéndome la dormida y entonces siento que deja amablemente sobre mí, en sutil indirecta, una de mis zapatillas: hora de levantarse.
 
   Pongo los pies en el suelo y ya tengo frente a mí a los dos, moviendo sus rabitos, encantados de empezar la rutina.  Emilio duerme felizmente sin enterarse de nada.
 
   Duke y Dina comparten nuestra habitación. Tienen su gran colchón pegadito a mi lado de la cama y a la mesilla. Allí se acurrucan enroscados, enlazados, siempre muy juntitos. Da tanta ternura mirarles!  De vez en cuando extiendo la mano y les acaricio. Ellos se estiran y ronronean. Cuando me levanto a media noche tengo que hacer autenticas cabriolas para no pisarles, y  meterme luego en la cama desde los pies, gateando,  lo que practico habitualmente para  agudizar mis reflejos y mantenerme en forma.
 
   Me pongo la bata, signo inequívoco de que es dia laborable y vamos a volver a la habitación enseguida. En lo que me preparo un café, ellos dan una vueltecita por el jardin. Después me acompañan en la cocina durante el desayuno esperando su chuche matinal –un trocito de tostada-  y me cuidan en el baño mientras me ducho. Cuando salgo para mi trabajo, todavía tienen la suerte de volver a dormir otro rato hasta que se levanta Emilio. Por cierto, son bastante dormilones.
 
   Los festivos me levantan a la misma hora, la diferencia es que me pongo directamente  el chandal. Ello quiere decir que no volvemos al dormitorio. Sin embargo ellos sí que vuelven a dormir… que listos!  En invierno se duermen  acurrucados a mí en el sofá, mientras leo. En verano nos gusta salirnos al jardín y allí, en el columpio,  nos adormilamos los tres, disfrutanto de esos frescos y deliciosos momentos de la mañana.
 
   Las 9’30. Hora de salida. Están impacientes. Duke no deja de gimotear mientras Dina, siempre más activa,  empuja a Emilio, le ladra un poco y va en busca de su correa. Emilio es muy afortunado porque sale con ellos cada mañana a hacer su caminata por el campo, de entre cuatro y diez kilómetros, dependiendo del tiempo. Yo sólo puedo ir los fines de semana o festivos. El salir a pasear con ellos significa hacer constantes descubrimientos. Ver el camino de otra manera.  Te van contando todo lo que les sorprende: los olores, los pájaros que ven,  un papel que descubren, cualquier cosa que se mueve…. Les chiflan los conejos y corren tras ellos, convencidos de que van a pillarles.  Duke es el gran explorador, siempre va delante, en labor de investigación. Dina corre sin parar desde Duke hacia nosotros y vuelta, en un afán  encomiable de mantenernos unidos.  Si nos paramos, ellos también se paran e indagan sobre nuestro interés, y en ese momento,  te sorprendes a ti mismo hablándoles y riéndote a carcajadas… hay formas tan sencillas de ser feliz.
 
   Ya de vuelta, ellos se tienen que quedar solos en casa un ratito. -Ahora tenemos que salir a comprar, pero volvemos enseguida- les explicamos.
   -No hay problema -parecen decir mientras se tumban tranquilamente-  nosotros mientras tanto echaremos una siestecita. No nos  hacen “chantaje emocional”, como me ha pasado en otras ocasiones. Ni siquiera parecen ponerse nerviosos. Otras razas y desde luego casi todos los cachorros, llegan a hacer grandes destrozos debido a la tensión. Ellos no son destrozones. Nunca han roto absolutamente nada, ni cogido nada que no fuera suyo, sólo sus juguetes y sus cojines o colchones. De todas formas, estoy convencida que mientras nosotros no estamos, lo único que hacen es dormir o, como mucho, asomarse a la ventana si oyen algún ruido extraño.
 
   Cuando volvemos nos hacen un recibimiento grandioso. Mientras estamos en casa, se convierten en nuestra sombra. ¿Independientes…?. Nada más lejos de la realidad. Están a nuestro lado en todo momento, porque ellos quieren y, claro está, porque nosotros queremos.
 
    A Dina la encanta la cocina, igual que a mí. La cuento todas las recetas, con sus correspondientes ingredientes.  Naturalmente, probamos lo que estamos cocinando para ver si está bien de sal, pero no estoy segura de su imparcialidad en este aspecto. Aunque lo que pruebe esté muy soso, ella se relame gustosa y, eso sí,  me pide más para asegurarse de que está en su punto. ¿Me estará dando coba?  Algunas veces salta el aceite, pero Dina permanece estoica sin moverse del sitio. Hay que resistir sin perder la posición. Y si se cae algo al suelo, tampoco importa, ya lo recoge ella, que es muy limpia y amita de casa.
 
   Duke mientras tanto, coge su colchón – va a todas partes con él- y nos controla desde la puerta (a la cocina no se pasa el colchón. Nadie se lo ha prohibido, pero él sabe muy bien lo que tiene que hacer). Siempre discreto, es incapaz de pedir nada si no le ofrecemos.
 
   Momento de la comida. Un acto aparentemente tan rutinario como es darles la comida- sus aburridas bolitas-  se convierte en todo un acontecimiento. Emilio toca con una imaginaria corneta el “a la carga, del septimo de caballería” mientras Dina baila, dando vueltas sobre ella misma, y ladra alegremente. A la voz de “a por la zampa”, Duke también se contagia y ambos van trás Emilio y sus comederos en divertida comitiva.  Cualquiera diría que es caviar iraní o jamón de pata negra… para ellos, como si lo fuera.
 
   En dias laborables, cuando vuelvo de trabajar por la noche, Dina corre a  preparar mis zapatillas (zapatillas: sinonimo de estar en casa, diversión, juegos..) y las tiene en medio de la habitación cuando entro. Tras la cena, consciente de que el día me ha resultado muy aburrido, Dina se encarga de que me divierta y empieza con el desfile de todos sus juguetes.
   ¿Quieres mi osito? –me pregunta, mientras me deja su muñequito de trapo sobre las piernas. Se echa para atrás y espera. No hago caso y empiezo a hablar con Emilio.¿Prefieres el miki-miki?. Un pececito de goma con bocina me cae encima. Se lo doy a Duke, que se pone muy feliz porque le hago participe de la fiesta.
 
   Trae aquí que estoy jugando yo – le muerde un poco Dina y le quita el juguete. Después va en busca de la pelota. -¿Quieres jugar a la pelota? Toma te la dejo- Me la tira a los pies, ladrando e incitándome a que la coja. Se la devuelvo. Duke permanece rezagado, a la expectativa. A estas alturas ya estoy con ellos, tirada por el suelo, les muerdo un poco las orejas, les soplo y les hago rabiar, les doy unos cuantos achuchones y… me quedo para el arrastre, que una ya no tiene edad de tanto alboroto.
   Son activos o tranquilos a nuestra conveniencia, aunque he de reconocer que en el caso de Duke –santo varón- es tranquilo o activo a conveniencia de Dina. (…lo que mandan las féminas).
 
   Ahora llega el momento de relajarnos. Dina se me sube encima y Duke se pega al sillón donde espera a que le haga su correspondiente ración de “rascadillas”. Sencillamente no puedes dejar de acariciarles. No quieres, ni ellos te permiten que dejes de hacerlo. Son suaves y delicados como de terciopelo. Sutiles peluches de seda.
 
   Hablo al oido a Dina, tan presumida y mandona, pero tan zalamera y tan lista. Después le doy conversación a Duke, a quién hay que querer necesariamente por bueno.
 
   A veces ven la televisión, y hasta –como diría un amigo que también tiene Kerry- parece que comentan la jugada entre ellos. Les gustan especialmente los programas de animales o dibujos. Y a Duke también le gusta el tenis.
 
   Educarles ha resultado facilísimo. Tanto Duke como Dina han aprendido rápidamente, no sólo porque hemos disfrutado enseñándoles, sino porque a ellos les gusta aprender.
 
   Son, por naturaleza, curiosos, receptivos y obedientes.  Nos agradecen tremendamente cuando les mimamos, cuando les lavamos, cepillamos, limpiamos sus ojos, o curamos sus heridas. A su vez, ellos nos cuidan y están pendientes en cada momento de nuestras necesidades y deseos.  Nos aman y les amamos.
 
   ¿Nos necesitan o les necesitamos…? Esa es la cuestión.

Kerry Blue Terrier de La Cadiera. Duke con su cama a cuestas

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